El Nacionalista

30 de abril de 2024
22:10

José Gregorio Hernández, el beato venezolano que combinó la ciencia y la fe

José Gregorio Hernández, el beato venezolano que combinó la ciencia y la fe

GUÁRICO / El reconocimiento llega después de que el papa Francisco reconociera el milagro concedido a la niña Yaxury Solórzano Ortega, quien recibió un disparo en la cabeza durante un asalto mientras se encontraba con su padre.

Aunque son miles los favores de sanación que los devotos refieren al doctor José Gregorio Hernández, apenas tres presuntos milagros han sido estudiados en el Vaticano para reconocer su santidad. La extraordinaria recuperación sin secuelas de una niña que recibió un disparo en la cabeza en un intento de robo es el caso que, después de 70 años de iniciada la primera Causa de Beatificación, comprueba su intercesión divina y lo convierte en el primer beato laico de Venezuela. Esta es la historia de cómo la pequeña Xury se convirtió en la niña del milagro

José Gregorio Hernández, el beato venezolano que combinó la ciencia y la fe

—¡Corre, la niña está herida! ¡La niña está herida!

—¿Herida? ¡¿Cómo herida?! —gritó Carmen Ortega a su esposo al verlo llegar aturdido al patio de su casa de bahareque.

El suceso ocurrió en marzo de 2017, en el estado central de Guárico, y la pequeña tenía 10 años. Los médicos informaron a sus padres que la niña iba a fallecer y su madre rezó a José Gregorio para su cura, según la versión de los familiares.

En la larga y amplia carretera de Guayabal los alcanzó una ambulancia que había atendido al llamado y salió a auxiliarlos, minutos antes, apenas con un chofer y una tabla de madera.

Aquel viernes 10 de marzo de 2017 el pueblo estaba de juerga. Eran tiempos de fiestas patronales en Mangas Coberas, un minúsculo y recóndito lugar que colinda entre los estados Guárico y Apure, al sureste de Venezuela. Tan olvidado, que los habitantes del lugar llevan siete años sin electricidad, desde que se dañó una planta que la Alcaldía de Guayabal había donado y que más nunca repararon.

Mangas Coberas queda a unos 303 kilómetros de distancia de Caracas, en Guárico, y pertenece a la parroquia Cazorla, donde habitan poco más de 7.000 habitantes, según el último censo del Instituto Nacional de Estadísticas de 2011. Para llegar allí hay que navegar dos horas y media en canoa desde el pueblo de Arichuna, en el estado Apure, atravesando el río Apure.

Viajar en una lancha de metal, de unos doce metros, brinda el privilegio de irrumpir, bajo cielo abierto, el segundo río más importante de Venezuela y ver reflejadas en sus aguas turbias las nubes que acompañan el trayecto.

José Gregorio Hernández, el beato venezolano que combinó la ciencia y la fe

Después de más de un siglo de veneración, el venezolano José Gregorio Hernández, un médico que combinó sus conocimientos científicos y su profunda vocación religiosa durante sus 54 años de vida, se convertirá en una semana en el primer beato del país en medio de una reducida ceremonia debido a la pandemia.

Nacido el 26 de octubre de 1864 en Isnotú, un pequeño poblado del occidental estado de Trujillo, y criado por una familia modesta de marcados valores religiosos, el conocido “médico de los pobres” será beatificado.

Al doctor Hernández se le atribuyen miles de milagros y solo el de la pequeña ha sido reconocido por el Vaticano. Su popularidad y cariño dentro del pueblo venezolano, que tras su muerte comenzó a venerarlo y a llamarle santo, inició desde muy joven, debido a la generosidad con la que siempre actuó.

Enrique López Loyo, presidente de la Academia de Medicina venezolana, asegura que el doctor José Gregorio Hernández es una figura que logró unir la ciencia y la fe. Refiere que fue gracias a su formación en París (la meca de la medicina en el siglo XX) y a su vocación de servicio desinteresado, que logró ganarse el cariño de la gente en vida y también después de la muerte.

—Cuando llegamos a ver a los enfermos en los hospitales, los pacientes lo primero que tienen en sus camas, al pie de ella o sobre su cabeza, es una imagen de José Gregorio Hernández, pegada con cualquier cosa que consigan. Allí está la fe del pueblo venezolano. Y nosotros cuando colocamos una terapia, así sea la efectiva, y el paciente mejora le decimos: ¡Gracias al doctor José Gregorio Hernández! A veces, cuando regresamos del fin de semana y nos reunimos antes de ver a los pacientes o al terminar de verlos, decimos ¡Por acá pasó revista José Gregorio Hernández —comenta López Loyo.

José Gregorio Hernández, el beato venezolano que combinó la ciencia y la fe

La devoción por el médico, el científico y el académico se ve reflejada en la cotidianidad de muchos quienes llevan consigo estampitas, llaveros o medallas. También es muy común ver su imagen en pendones, grafitis, o en alguna parte trasera de los autobuses.

LA DECISIÓN DE SER MÉDICO

Comenzó cuando era adolescente. Su obediencia, curiosidad, educación, respeto, fe e inteligencia le llevaron a ganarse la admiración de sus maestros y allegados, quienes le apoyaron para que se convirtiera en médico, aunque su decisión de titularse en el área de salud fue empujada por su padre, Benigno Hernández.

Según sus biógrafos, el progenitor le hizo ver la necesidad que tenía el interior país de personal médico.

“Él era de naturaleza obediente”, asegura una de sus biógrafas, Milagros Sotelo, quien junto a su esposo, también autor, Alfredo Gómez, defiende al doctor como el “médico del deber cumplido”.

Era el mayor de sus hermanos y se convirtió en un apoyo muy importante para ellos, luego de que su madre, Josefa Antonia Cisneros, falleciera cuando él tenía ocho años, y su padre, nuevamente, se casara.

José Gregorio tuvo once hermanos, cinco de su padre y madre, y otros seis del segundo matrimonio del progenitor.

Entre sus pasiones también estaba leer, tocar el piano o el violín, bailar, aprender idiomas, filosofía e incluso ejecutar la sastrería, una labor que aprendió durante sus estancias en las pensiones de Caracas, ciudad a la que se trasladó a los 13 años, luego de una sugerencia de uno de sus maestros a su padre.

Era de naturaleza amable y cariñosa y con ese mismo amor atendía a sus pacientes, relatan Sotelo y Gómez, quienes aseguran que esa fue la razón por la que ganó fama y cariño entre todos los venezolanos, y sobre todo, entre los más vulnerables a quienes no les cobraba dinero.

Fue el responsable de la llegada del microscopio al país y de que se abrieran cátedras como bacteriología o histología general y patológica, luego de realizar un posgrado en Francia, que para aquel entonces era muy desarrollado en el área de medicina.

Se encargó, de esa manera, de fundar el laboratorio del Hospital José María Vargas, uno de los más antiguos del país, así como de ofrecer clases en la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde se graduó como médico a los 24 años y desarrolló su amistad con el doctor Luis Razetti, otro gran galeno venezolano.

José Gregorio Hernández, el beato venezolano que combinó la ciencia y la fe

El doctor José Gregorio, o “goyito” como le llamaban los más cercanos, no se casó, aunque sí mostró interés por “varias” chicas cuando era joven.

El sacerdote jesuita Javier Dupla, también autor de una biografía del ya casi beato, relata que Hernández intentó en dos oportunidades acercarse más a la vida religiosa para iniciar una vida de cartujo, pero complicaciones de salud le impidieron llevar a cabo la tarea.

Hernández fue autor también de libros de bacteriología y filosofía. En 1912 publicó “Elementos de filosofía” y su muerte fue un duro golpe para el país, según sus biógrafos.

SU MUERTE

El doctor murió en Caracas el 29 de junio de 1919 cuando un vehículo lo atropelló y en la caída se fracturó el cráneo al golpearse con una acera.

A su funeral asistieron miles de personas y, según el sacerdote, el principal cerro de Caracas, conocido como Ávila, quedó despoblado de flores luego de que fueran cortadas para llevárselas al doctor, cuyo féretro fue cargado en brazos por el pueblo.

Sobre su muerte se dice que, un año antes de su muerte, indicó que iba a pasar.

Los biógrafos señalan que poco antes de morir hizo un comentario a amigos en el que aseguraba que había ofrecido su vida para que acabara la primera guerra mundial.

Una vida de entrega y afecto hacia los más desfavorecidos que le valió para recibir la venia del papa Francisco para ser beatificado, poco antes de cumplirse el 102 aniversario de su fallecimiento.

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