Los laberintos invisibles de la violencia de género
Los laberintos invisibles de la violencia de género

Cuando el miedo tiene nombre y apellido vivir en un mundo que no nos escucha, los laberintos invisibles de la violencia de género.

Hay historias que duelen más que otras. Historias que no se cuentan en los titulares de los periódicos, pero que se repiten en cada esquina, en cada casa, en cada silencio incómodo de una mujer que no sabe cómo escapar.
Hoy quiero hablar de una de esas historias, de una amiga que lleva el miedo grabado en la piel, que vive con el corazón en la boca y los ojos siempre alerta.

Ella tiene nombre, tiene apellido, tiene dos hijos pequeños y un agresor que, aunque no lleve un arma visible, la tiene amenazada con algo peor, el poder.
Según el Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, en 2022 se registraron 256 femicidios.

Mi amiga, como muchas otras, está atrapada en ese laberinto. Su agresor no es un desconocido, es alguien que debería haberla amado. Ella quiere salir, quiere correr, pero ¿hacia dónde? ¿Cómo escapar cuando cuando no tienes dinero, cuando tus hijos dependen de ti y no tienes a nadie que te los cuide? ¿Cómo denunciar cuando sabes que, al hacerlo, podrías poner en riesgo tu vida y la de tus hijos?
Según el Ministerio Público, solo el 10% de las denuncias por violencia de género llegan a sentencia condenatoria.
¿Y los niños? ¿Quién los protege?
Uno de los aspectos más dolorosos de esta situación es el impacto que tiene en los niños.

Según organizaciones internacionales, un alto porcentaje de niños han sido testigos de violencia doméstica.
Estos niños crecen en un ambiente tóxico, donde el miedo es el pan de cada día y el amor se confunde con el control. Mi amiga lo sabe, y por eso se queda. Se queda porque no quiere que sus hijos crezcan sin padre, porque no quiere que les falte nada, porque no quiere que la sociedad les señale con el dedo.

Pero, ¿qué pasa cuando quedarse es más peligroso que irse? ¿Qué pasa cuando el agresor no solo te lastima a ti, sino también a tus hijos? ¿Qué pasa cuando el miedo se convierte en tu compañero de vida?
Una metáfora necesaria
Permítanme un momento de humor negro, porque a veces reír es la única manera de no llorar. Imaginen que la violencia de género fuera un reality show.

Un programa en el que las mujeres compiten por ver quién aguanta más, quién sobrevive más tiempo sin denunciar, quién logra escapar sin que el agresor la encuentre. El premio: seguir con vida.

Suena absurdo, ¿verdad? Un reality show en el que el miedo es el protagonista y la justicia un espectador pasivo. Un programa en el que las mujeres no eligen participar, pero del que no pueden salir.
Mi amiga sigue atrapada, pero no pierde la esperanza. Cada día es una batalla, pero también una oportunidad para seguir luchando. Ella sabe que no está sola, que hay otras mujeres como ella, que hay organizaciones que las apoyan, que hay personas que las escuchan.

Necesitamos refugios seguros, apoyo psicológico y programas de empoderamiento económico para que las mujeres puedan salir adelante sin depender de sus agresores.

Pero, sobre todo, necesitamos un cambio cultural. Necesitamos dejar de normalizar la violencia, dejar de culpar a las víctimas y empezar a educar a nuestros hijos en igualdad y respeto. Necesitamos que ser mujer no sea sinónimo de miedo, sino de fuerza, de lucha, de esperanza.

Este artículo es para ella, para todas las mujeres que viven entre sombras, para las que tienen miedo, pero no se rinden. Porque, aunque el camino sea difícil, aunque la justicia tarde, aunque el miedo tenga nombre y apellido, siempre hay una luz al final del túnel. Y esa luz, por pequeña que sea, es suficiente para seguir adelante.

Porque, al final, lo único que nos queda es la esperanza. Y la esperanza, aunque frágil, es más fuerte que el miedo.